Publicado en La Diaria el 29/5/2009. Reseña por Agustín Acevedo Kanopa.
Comienza este sábado el festival Intímido.
Es curioso señalar que el desarrollo de nuevas tecnologías (que, cierto, ya han cumplido sus añitos) fue uno de los elementos fundamentales para poner a la música acústica, unipersonal e íntima en un lugar de foco que desde hace décadas había estado relegada.
Programas de edición como el Acid, Cakewalk o el Pro Tools, o más bien, la democratización de su uso, terminó permitiendo que cualquier persona con el esmero y una tarjeta de sonido acorde a sus ambiciones pudiese grabar discos que compitieran en calidad y transparencia con el producido resultante de estudios pagados por las “grandes” firmas de rock uruguayo.
El resultado de la lógica y ética DIY (hágalo usted mismo) se reeditó en una serie de músicos sensibles -en el buen sentido del término- que, a diferencia de los punks y hardcore del pasado, generalmente limaban sus bordes más ásperos para presentar dulces, a veces nostálgicas viñetas de su vida personal.
Al mismo tiempo, haciendo de las limitaciones un empujón, la decadencia de los boliches nocturnos -en parte por el efecto espuma de la institucionalización del rock nacional, así como también por una conocida histeria vecinal que ha llevado a denunciar cualquier emprendimiento más o menos ruidoso que se diera en sectores residenciales- fue obligando a las propuestas en vivo a bajar el nivel de decibeles, conformándose un perfecto caldo de cultivo para aquellos músicos capaces de tocar en librerías, livings, cafés o esquinas, generalmente armados de una guitarra, un organito o un cajón peruano.
De cierto modo, todo este proceso que ha sido más o menos visible para cualquiera que tenga un oído atento a lo que ha sucedido en Montevideo e internet (MySpace, Fotolog y sitios por el estilo) toma un nuevo nivel de condensación en Intímido, un evento a realizarse en el Inju que, de cierto modo, conjuga a las personalidades más salientes de dicho fenómeno, con trece bandas/músicos/proyectos que -más allá de generalmente estar todos enmarcados en un formato acústico e intimista- presentan en sus pequeñas diferencias, microcosmos que en algunos casos llegan a rozarse y en otros parecen pertenecer a galaxias lejanas.
Entre el sábado 30 y el domingo 31 estarán presentándose en el mencionado local (18 de Julio y Eduardo Acevedo) y con entrada libre Andrea Gonella, Millones de casas con fantasmas, Kiwi, Hijo único, Matías Paparamborda, Fernando Henry, Carmen Sandiego, Lucas Meyer, Pedro Restuccia, La morsa era Paul, Vincent Vega, Guten Tag! y Franny Glass, componiendo una muestra representativa de una escena que ha ido gestándose en los últimos años.
La nominación nunca deja de ser reduccionista y ciertamente ficticia, ya que algunas de las bandas se terminan solapando, compartiendo integrantes -como puede ser Guten Tag!, La Morsa era Paul y Fernando Henry, formaciones que tienen en común la participación clave del último personaje señalado-, y a la vez siendo a menudo sólo una de las múltiples encarnaciones de sus propios músicos.
Precisamente, lo que llama la atención de la grilla es la irrefrenable hiperactividad de algunos de sus integrantes, como los ejemplos de Pau O’Bianchi, Fernando Henry o Pedro Restuccia, todos activos en más de tres bandas simultáneas.
Cosmogonías Posiblemente, los músicos que gozan de mayor reconocimiento y popularidad actual entre los mencionados sean Carmen Sandiego y Franny Glass, dos formaciones que la gente disfruta de comparar y someterlos a mutuos enfrentamientos, pero que en su esencia no comparten más que el hecho de ser dos bandas con la guitarra acústica como protagonista.
Si algo hay que ponderarle a Gonzalo Deniz, el hombre detrás de Franny Glass, es -tal como lo indica su nombre extraído de uno de los personajes de la obra de Salinger- su capacidad de retomar la narración de historias, reformulando de manera orgánica y, casi podría decirse, virtuosa, una tradición que se había perdido en la música uruguaya. El estilo de Franny Glass se caracteriza por la diagramación de pequeñas viñetas cotidianas, generalmente melancólicas o engañosamente dulces, que han tocado una cierta fibra indescifrable de un público que se le ha mantenido fiel en estos últimos años.
Entre el living confesional de Franny Glass y el húmedo sótano de Carmen Sandiego hay algo más que una escalera y bombillas de sesenta watts de por medio. Y es que en la historia de la música uruguaya nunca se han escrito canciones como las que salen de las voces y guitarras de Flavio Lira y Leticia Skrycky. En sus últimos tres trabajos, los EP Vida espiritual y Ristampa y el larga duración Nanas, los Carmen Sandiego han hablado con una sinceridad brutal sobre temas que ni la banda más ásperamente punk se había animado siquiera a mencionar, como puede ser “Asco al sexo”, “8.40” y la gloriosa e impúdica “Calefactor”.
Con un estilo que por momentos los coloca estilísticamente cercanos a Beat Happening y temáticamente al espíritu brutalmente confesional de Xiu Xiu (aunque sin la sinergia ruidosa de estos últimos), escuchar las canciones de esta formación, permitiéndose penetrar en la simplicidad de las letras -esa simplicidad que tiene más de arena movediza que de lago-, es una experiencia realmente distinta.
Es en esta misma esencia radicada en cierta cosmogénesis que se pueden relacionar Carmen Sandiego y Millones de casas con fantasmas.
Mientras que en los primeros la sensación que se produce es la de adentrarse en el núcleo duro de un yo laberíntico e infranqueable, el proyecto de Pau O’Bianchi, siendo igualmente personal, tiene en su carácter y producción florida, más que un sumergimiento radical en los recovecos del alma, la proyección de un mundo propio, tan fantástico como áspero, lleno de personajes y seres de fábula. En cierto modo, lo que parece distanciar a Carmen Sandiego y el genial y mutágeno mundo de Millones de casas con fantasmas es lo introyectivo de los primeros y lo expansivo o proyectivo de los segundos.
Los callejones de la voz .
Un músico que se ubica entre medio es Lucas Meyer, quien está en los preámbulos del lanzamiento de su disco debut (producido, justamente, por Pau O’Bianchi). Lo que más caracteriza al solista es una nueva dimensión que se le otorga a una voz somnolienta, que cubre a las canciones con una manta de reverb, como si fuera el efecto döppler de la señal de otro mundo del que apenas se tiene rastro.
El estilo de Meyer -con temas que rigurosamente no pasan los dos minutos o el minuto y medio de duración- está asentado en una estética de la sustracción. Las canciones, más que historias o planteamientos existenciales, son una viñeta perdida, un momento segmentado y representado con una economía de recursos digna de un haiku. Otra de las bandas en la que la voz ocupa un lugar preponderante es Vincent Vega, un dúo de formato acústico lleno de buenas ideas que retoma una tradición más asentada en Bob Dylan y Nick Drake, y que tiene en una bajada de tono, en una palabra huidiza, o en un pequeño cambio de acordes, deslumbrantes sutilezas en las que se concentra un sentimiento y virtuosismo mayor a lo que podría ofrecer la suite de veintiocho minutos de la más onanista banda progresiva.
Arqueología sesentera
Mientras que las referencias estilísticas de la mayoría de las bandas suelen apuntalarse en el indie folk actual o de los 90, llama la atención la naturaleza sesentista -quizá no tanto en sonido como en espíritu de Pedro Restuccia y los proyectos que integra Fernando Henry. Mientras que Guten Tag! es una banda liderada por Damián Martínez, los proyectos con Fernando Henry como vocalista se caracterizan por un estilo tan asentado en los Beatles como en Darnauchans, con canciones que parecen haber sido creadas en otro momento existencial del Hombre.
Pedro Restuccia, por su parte, es uno de los músicos que más militantemente se han dedicado a cantarle al amor, con una esencia spinettiana (más cercana a la época del Kamikaze que de Pescado Rabioso) que también lo coloca un poco lejos de los caracteres comunes del canon. En cierto sentido, escuchar a estos dos últimos músicos es como recolectar piezas arqueológicas de un mundo que una vez existió, o que quisiera que alguna vez hubiera existido.
O sea que se trata de un evento que cuenta tanto con la potencialidad de abrir nuevas líneas de fuga a un proceso que se ha dado en los últimos años como de fijar un canon del cual surjan productos seriados que sustraigan de las originales versiones de tales proyectos, su libertad y heterogeneidad.
Sea cual fuere el desenlace de Intímido, se sabe de antemano que sobran músicos interesantes como para convertir dicho evento en una experiencia perdurable. ¦ Agustín Acevedo Kanopa